La libertad de ser y la rigidez de las reglas

Decidí cambiar mi dirección y empezar una nueva vida en otro país,  no imaginé lo desafiante que sería adaptarme a una cultura tan estructurada. Me mudé a un país del primer mundo, donde todo parece estar perfectamente diseñado: desde las citas para visitar a los amigos o la familia, hasta los horarios para ir al médico o realizar cualquier actividad cotidiana. Todo está regido por agendas y planificación, y para muchos, esta estructura es sinónimo de comodidad, seguridad y éxito.

Sin embargo, para mí, acostumbrada a la espontaneidad y a vivir el presente con libertad, esta rigidez cultural me resultó asfixiante. Crecí en un entorno donde podías simplemente pasar por la casa de alguien sin previo aviso, tomar un café en cualquier momento o decidir sobre la marcha lo que querías hacer. Esa libertad para improvisar, para vivir en el momento, es algo que me hacía sentir conectada conmigo misma, con mis deseos y con los demás.

Aquí, en cambio, todo parece depender de un calendario. No puedes llamar a alguien y decirle: «¿Nos vemos en media hora?» porque es probable que su agenda esté llena durante semanas. Lo mismo ocurre con actividades tan simples como ir a nadar o al médico: todo debe planearse con anticipación. Al principio, intenté adaptarme, pensando que era solo cuestión de tiempo. Pero pronto me di cuenta de que, para mí, esa vida diseñada al detalle me desconectaba de mi esencia.

Ser espontánea me hace sentir libre. Me permite fluir con mis emociones, seguir mis impulsos y tomar decisiones en el momento. Para mí, esa libertad es vital, mientras que la rigidez de las reglas y los horarios solo me genera estrés. Pero para muchas de las personas con las que convivo ahora, sucede exactamente lo contrario: la espontaneidad les resulta caótica, desorganizada e incluso estresante.

Esto me ha llevado a reflexionar sobre cómo nuestras preferencias y valores personales pueden chocar con las normas culturales del lugar donde vivimos. No se trata de que una forma de vivir sea mejor que otra, sino de encontrar un equilibrio que nos permita sentirnos auténticos y, a la vez, adaptarnos al entorno. Quizá la clave esté en diseñar un estilo de vida que combine lo mejor de ambos mundos: ser organizados cuando se trata de trabajo o compromisos importantes, pero dejar espacio para la espontaneidad en nuestra vida personal, para esos momentos que nos conectan con el presente y nos recuerdan lo que realmente importa.

Porque al final, no se trata solo de adaptarse al sistema, sino de encontrar nuestra propia forma de vivir, esa que nos permita ser libres, felices y fieles a nosotros mismos, sin importar en qué lugar del mundo estemos.

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